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Huertas escolares: un refuerzo alimentario y un aula a cielo abierto

Desde 1999 la Fundación Huerta Niño brinda capacitación e insumos para que las escuelas argentinas cultiven verduras y hortalizas para sus comedores o para que los estudiantes se lleven a sus casas. En paralelo, el trabajo con la tierra sirve como recurso pedagógico en distintas asignaturas.

Según un informe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina, en 2023 el 42,9 % de los niños y adolescentes argentinos de hasta 17 años recibieron ayuda alimentaria en sus escuelas (en algunos casos mediante comedores). Para sumar frutas y verduras a las comidas escolares y, al mismo tiempo, añadir contenidos de educación alimentaria, protección del ambiente y otras disciplinas surgió en 1999 el Programa Huertas Escolares de la Fundación Huerta Niño. 

La iniciativa involucró desde entonces más de 800 proyectos que ya llegaron a 700 escuelas (algunas de ellas participaron en más de una ocasión) de todas las provincias del país. Consiste en la capacitación a la comunidad educativa y el acompañamiento, la provisión de materiales, herramientas y semillas para armar huertas, canteros, invernaderos en escuelas con el fin de sembrar y cosechar frutas y verduras frescas. El objetivo es proveer de alimentos sin agroquímicos a los comedores que funcionan en las escuelas o que los estudiantes puedan llevarlos a sus casas, si el establecimiento no tiene comedor. 

Julia Pérez Bustillo, responsable de planificación de la fundación, lo justifica de esta manera: “Quizás es volver al origen. En generaciones pasadas, nuestros abuelos y bisabuelos solían tener una huerta en la casa y era normal ir al fondo a buscar un tomate o una planta de lechuga para la ensalada. Luego se fue dejando de lado por cambios en el consumo, hoy nuestro paradigma es ir a la verdulería”. Y cuenta que el programa propone “que los chicos vuelvan a conectarse con el alimento sano, que aprendan a producir y a cosechar”. 

La primera huerta de la fundación surgió en una escuela de Chaco, aún está en funcionamiento y tiene dos cosechas anuales. A esa se fueron sumando espacios de cultivo en todas las provincias, ubicados en jardines de infantes, escuelas primarias, secundarias y rurales. “Algunas ya tenían una huerta y necesitaban asesoramiento o acompañamiento, otras querían hacerlo desde cero”, apunta Pérez Bustillo. 

Sumar a la comunidad

Pérez Bustillo explica que la creación de una huerta en el patio de una escuela puede llevar 12 meses. Lo primero es que el cultivo sea parte de un proyecto institucional y no la idea de un solo maestro. “También les preguntamos si la comunidad de padres participa de las actividades, ya que en algunos casos les aportamos materiales para canteros o invernaderos y son ellos los que lo tienen que realizar”, señala Pérez Bustillo. 

La fundación fomenta la creación de huertas en áreas rurales pero también urbanas. Aun cuando la escuela no tiene terreno, si el patio recibe sol pueden cultivar en canteros confeccionados con pallets o neumáticos en desuso, ya que el reciclado de materiales es también una parte fundamental de la iniciativa. “En el imaginario colectivo una huerta tiene una gran extensión, es una chacra. Pero en el espacio urbano no hace falta llegar a esas dimensiones. En un balcón se pueden tener cultivos. También en canteros o huertas verticales”, apunta la encargada de planificación de la fundación. Y aclara que en los últimos años notaron un incremento en el interés por crear huertas escolares, que atribuyen a dos causas completamente diferentes: por un lado, el deseo por reconectarse con la naturaleza, que aumentó con el aislamiento durante la pandemia, y por otro, la necesidad de sumar alimentos a la mesa escolar o incluso familiar. 

“Para llegar a todo el país venimos articulando con el INTA y su Programa ProHuerta. Los referentes de cada zona se acercan a las escuelas de las provincias para verificar las condiciones del suelo antes de que les enviemos los insumos”, cuenta Pérez Bustillo y luego aclara que el momento más largo del proceso de creación de una huerta es la evaluación: si el terreno recibe luz, si tienen agua para riego, si quieren o ya tienen en marcha un proyecto de compostaje para transformar los desechos orgánicos en tierra fértil. 

Una vez aprobado, Huerta Niño les da capacitación a los docentes en forma virtual y también llegan con un equipo de tres capacitadores para enseñarles a cultivar y cosechar a las familias y a los propios estudiantes, incluso los del jardín de infantes. “Santino aprendió un montón y está muy contento. Él se encarga de sembrar, limpiar el

terreno y cosechar las distintas variedades, entre ellas lechuga, verdeo y tomates”, cuenta la familia de un estudiante del jardín 911 de San Vicente, provincia de Buenos Aires. Esta institución comenzó un proyecto de huerta propio en el 2017 y en los últimos años, con la colaboración de Huerta Niño, empezó a proponerles a las familias que armaran sus propios cultivos en sus casas, para lo cual les proveen de plantines y herramientas. 

La gestación de un espacio para cultivos, sigue, según el modelo que implementa Huerta Niño, con la construcción de canteros o contenedores o la siembra directa. “En algunos casos les mandamos los materiales, en otros, convocamos a los empleados de alguna empresa, quienes como parte del voluntariado corporativo nos acompañan a hacer esas tareas. A veces, ni ellos creen que en un día trabajando en equipo se pueden dejar terminadas”, asegura Pérez Bustillo. 

En septiembre de 2023, un equipo de voluntarios de la Fundación Telefónica Movistar Argentina se acercó a la Escuela Agrícola de Miramar para reparar el invernadero, colocar zócalos y trasplantar hortalizas y cítricos. “Fue una experiencia hermosísima. Vamos por más, porque queremos seguir colaborando”, evalúa Elizabeth Navarro, exalumna de la escuela y empleada de la empresa, quien participó en la jornada.

Tras la siembra, llega el mantenimiento que llevan adelante docentes, estudiantes y padres y luego vienen los frutos: dos cosechas al año. Como funcionan en espacios escolares, en paralelo al ciclo lectivo, las huertas se suspenden en diciembre y se vuelven a comenzar en marzo. Sin embargo, en algunas escuelas, el compromiso es tan grande que hay quienes se ocupan de regar y desmalezar en el verano.

Un aula a cielo abierto

El proyecto de cultivo escolar no tiene sólo un objetivo nutricional. También se integra perfectamente a la currícula escolar y les permite a los chicos de todas las edades aprender las disciplinas más diversas. Así lo resume Pérez Bustillo: “Todas las materias tienen algo para aprovechar de la huerta, no sólo Biología o educación ecológica. En Matemática calculan la superficie cultivada. En Plástica hacen los carteles y los espantapájaros; en Lengua o incluso en Inglés rotulan cada cultivo. Por eso decimos que es un aula a cielo abierto”.

Respecto de la educación ambiental, en Huerta proponen el cultivo de modo agroecológico y no usan pesticidas. Por eso capacitan a docentes, niños y familias en el uso de sustancias elaboradas en base a ajo, ortigas o cebolla, que disuaden a los insectos y no perjudican la cosecha. Pero, además, los estudiantes aprenden a comer mejor y a darse la posibilidad de experimentar sabores que nunca habían probado. En una escuela de Río Negro, juegan con los ojos vendados a diferenciar el sabor de la rúcula, la lechuga, la radicheta, la acelga, la espinaca y otras hojas verdes. Algunos de los estudiantes nunca se habían animado a probarlas. 

En cuanto al cambio de hábitos alimenticios, Pérez Bustillo sabe que las mejores aliadas que tienen son las cocineras de los comedores escolares: “Ellas son las que saben preparar y disfrazar las verduras y hortalizas para que los chicos se entusiasmen y se acostumbren a incorporarlas a su dieta”. 

Ana Silvina Bodanza, una integrante del equipo de conducción escolar del Jardín Alfonsina Storni, de la localidad de Boulogne, en el partido bonaerense de San Isidro, cuenta su experiencia: “Hace cinco años que llevamos adelante nuestra huerta escolar en colaboración con la comunidad, y facilitamos que más niños aprendan y tengan acceso a alimentos sanos, seguros y nutritivos. En este tiempo Huerta Niño nos financió y diseñó los bancales (terrazas para el cultivo), el invernadero, el cerco perimetral y nos aportó semillas, árboles frutales y plantines, además de la capacitación docente. El proyecto tuvo un impacto significativo para lo que nos propusimos: mejorar la alimentación de los niños y contribuir a una educación más completa. A lo largo del tiempo, hemos sido testigos del cambio en la comunidad; la huerta ha contribuido a reducir la incidencia de mala alimentación y desnutrición”.

Solo en 2023, el proyecto llegó a 22 escuelas y 11 huertas familiares con la participación de 120 familias, dictó 11 talleres donde estuvieron más de 200 personas de todo el país, organizó 23 jornadas de voluntariado empresarial y alcanzó a unos 3.300 chicos. Para financiar la iniciativa, Huerta Niño recibe donaciones de personas individuales o de empresas y participa en convocatorias de ayuda económica nacional e internacional. También abren sus talleres al público que quiera participar abonando una inscripción que se usa para comprar semillas y otros insumos. 

Para facilitar que el proyecto se replique, en Huerta Niño trabajan en una plataforma virtual en la que los contenidos estén siempre disponibles toda vez que una escuela de algún lugar del país sueñe con iniciar un cultivo. Porque, para la fundación, los frutos de su trabajo no solo se ven a la hora e la cosecha, sino en la propia experiencia que comparten entre escuelas.


FUENTE: Esta nota forma parte de la plataforma Soluciones, una alianza entre Río Negro y RED/ACCIÓN.

Intervención: Marisol Echarri

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